Hace un par de semanas contemplé por última vez, recortada en el cielo, la pálida silueta de la
Culebrera europea Circaetus gallicus. Sobrevolaba los prados subalpinos de una de las zonas más altas del concejo de Ponga, en busca de su último bocado asturiano. Planeaba, se cernía aprovechando el viento sur, se precipitaba entre los brezos y volvía a remontar sin éxito; hasta que desapareció tras un collado.
Me dejó contemplarla y disfrutar de sus encantos: "el curioso vecino de los ojos de color limón" como lo describió nuestro añorado Félix en el capítulo de "El cervatillo" de "El hombre y la Tierra".
Su mirada clavada en la tierra y de vez en cuando levantandola hacia mi para controlarme, manteniéndome a raya. Una verdadera delicia.
Después de unos minutos se marchó; no sin antes dedicarme una última exibición de su belleza. Aprovechando la inclinación de la ladera y por la densidad del aire frío de la época, emprendió el vuelo hacia mi posición, y remontó a unos metros de mi cámara. Reconozco que me sorprendió tanto que no supe reaccionar con rapidez para fotografiarla.